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viernes, 19 de junio de 2009


Latente Obsesión.-

La niebla le impidió ver claramente.
El agobio y el cansancio de llegar, manipularon su cuerpo. Un llamado de su novia, logró hacerlo reaccionar tras un breve parpadeo; mientras la velocidad aumentaba en forma desmedida.
Casi sin poder evitarlo, se estremeció, acompañado un frío intenso.
Los rayos del sol ya iluminaban su habitación rodeada de recuerdos. Cielo se despertó con serenidad y sin prisa. La espera de reencontrarse con su novio después de un largo tiempo, la impulsó a levantarse.
Como una mañana común preparó su uniforme escolar, asistió a su madre y desayunó en el jardín de su casa, mientras observaba con curiosidad, si aquel automóvil estacionaba en la vereda de su casa. Estaba inquieta y paciente a la vez, porque una imagen revivió en su mente.
Recordaba el día en aquella estación de trenes, donde Ignacio se detuvo por un instante, quedando frente a frente. Sus miradas estaban fijas. Tomó de sus manos y allí le prometió amor eterno y juró que jamás la dejaría. Ella pudo presentir la sinceridad y el amor puro que reflejaban sus ojos.
Cuando por fin terminó de maquillarse, pudo percibir el sonido del timbre. Salió enfurecida de su cuarto, al notar el desinterés de su madre por abrirle a Ignacio.
- ¿Mama no escuchas el timbre?- Preguntó
- ¿Que?- Contesto interrogándola.
- ¡Nada!- Exclamó.
Al abrir la puerta, su mirada se limitó solo a buscarlo. Sin embargo se vio desorientada, en medio de una búsqueda banal. Cerró la puerta con una sensación de desencuentro y presintió que algo no andaba bien.
Sin embargo lo vio.
Estaba allí, parado frente a ella con los brazos extendidos.
Las horas de espera se desvanecieron al sentir que sus manos la acariciaban y que el agradable aroma de su perfume, la aliviaba. Fué interrumpida por una voz imperativa que provenía de su madre. Le advertía que la hora de ir al colegio se aproximaba. Prefirió imaginar que su madre tenía un mal día, ya que ignoraba el significado de esa llegada para su hija. Se mostró distante y totalmente concentrada en su libro de recetas,
Cielo tomó su abrigo, sus cuadernos y partió, sin despedirse de su madre ni detenerse a pensar por un instante el motivo del rechazo.
Tanto Cielo como Ignacio se sintieron animados y sin preocupaciones, se divirtieron y se disfrutaron durante todo el trayecto.
Ya en el colegio Cielo expresó a sus amigas su alegría desbordante.
- ¿A que se debe tu entusiasmo Cielo? - Preguntaron
- ¡Al amor! Me llena de magia- Contestó.
No encontraron sentido alguno a sus palabras y prefirieron apartarse del tema.
- ¿Entramos a clase? - Sugirieron inmediatamente sus amigas.
Camino a su casa, luego de salir del colegio, llamó de manera insistente a su novio.
Nunca la atendió. Trató comunicarse durante toda la noche, pero no contestó ninguna de sus llamadas.
Durante el día siguiente, Ignacio tampoco dio señales. Era extraña su ausencia repentina. Ella estaba confundida. Nerviosa. A veces hasta un poco inquieta, pero su confianza en él estaba intacta. No dejaba de esperar que él apareciese en su casa y volviera a abrazarla como siempre, sus sentidos necesitaban de él, para funcionar. De su voz, su piel, sus manos, sus ojos y su boca.
Cielo se encontraba pintando en su cuarto junto a su ventana, el día soleado la inspiraba a crear verdaderas obras de arte, le encantaba expresarse a través de sus pinturas. Cuando miró el reloj que colgaba en su pared, dedujo que debía partir inmediatamente hacia el colegio. Guardó sus pinturas, se arregló el cabello y se trasladó a la cocina con desgano, donde creyó haber dejado sus cuadernos. Fué entonces cuando lo vio, estaba dándole sus cuadernos y su abrigo. Al verlo no le exigió explicaciones. No las necesitaba en absoluto, solo le bastaba que este a su lado.
Las manos de Ignacio, envolvían su cuello. Contemplo su cara un instante y dijo sin prisa.
- Vine a traerte algo- Confesó.
Saco de su bolsillo, una cadenita y la dejo caer sutilmente en sus manos. Ella la examino y pudo reconocerla. Supo que él se la había obsequiado en su cumpleaños, pero en uno de sus enfrentamientos más impulsivos y arrebatados, ella, en medio de un llanto casi irreversible se la devolvió.
En adelante, Ignacio le pidió que continuase usándola
Cielo tocó la mejilla de su novio. La notó fría.
- ¿Te sentís bien? - Preguntó con preocupación.
- Tenes que irte llegas tarde.- Contestó.
Cielo se miró en el espejo, mientras él le colocaba con suavidad la cadenita.
Su madre estaba delante de su casa, embelleciendo el jardín, se encontró con las amigas de Cielo que venían a buscarla. Entró a la casa, a corroborar si estaba lista. Cuando entró, la observó con curiosidad.
- Cielo, tus amigas ya vinieron- Afirmó.
- ¿Y eso?- Preguntó mientras tocaba la cadenita observándola
- Me la dio Ignacio, mama- Con un tono de voz enfurecido.
Salió de su casa, saludó a sus amigos, y volvió su mirada hacia atrás. Ignacio ya no estaba. Su rostro cambio, ahora se mostraba confundido.
Apenas llegó al colegio, se quitó su abrigo habitual, dejando lucir su cadenita. Inmediatamente sus amigas pudieron percibirla, y no demoraron en preguntarle a Cielo como la consiguió
- Me la devolvió Ignacio- Explico Cielo
- ¿Cuándo?- Preguntaron sus amigas exaltadas.
- Hoy estaba en la cocina y él…-
Cielo no pudo terminar de justificarse, porque fue interrumpida por su profesor que se notaba bastante indignado y les pidió silencio. La conversación no volvió a ser retomada.
Cuando finalizó su rutina escolar. Llegó a su casa y terminó de darle los últimos toques a sus pinturas para despejar la mente. Se acostó y miró televisión, hasta dormirse profundamente. Quedando el televisor encendido.
Mientras Cielo dormía, en el noticiero local anunciaban detalladamente el accidente ocurrido, en la ruta aquel pasado 2 de junio, a las 3:00 am. En el kilómetro 48 de la ruta 9. Las imágenes eran escalofriantes, pero reales. El automóvil (que quedó irreconocible) volcó, provocando una muerte inmediata al conductor.

Cielo no tuvo novedad similar a esa noticia. Ella no imaginó. Vivió su propia fantasía llena de realidad…

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